La Madre está sentada por
una parte cosiendo. La hija está
frente a la madre, mirándole y escuchando su discurso.
Madre: ¿Te
acuerdas de nuestra primera casa? Tu padre había trabajado como camarero
durante siete años en Arabia Saudí para conseguir el dinero y construirla. Y me
hace gracia porque sólo había dos cuartos enanos y un baño, pero a nosotros nos
parecía algún tipo de paraíso. Pasamos veinte años allí. Esa casa se encontraba
en tierra de nadie, entre el ejército y la oposición. Cada día el ejército
golpeaba la puerta. “Ayudadnos u os
matamos” nos decían. Y nosotras casi estábamos acostumbradas a los golpes,
los gritos y las amenazas. Casi no importaban mientras tuviéramos nuestra casa
y nuestra familia. Hasta que un día llegaron al restaurante donde trabajaba tu
padre. Les dijeron que alimentaban al enemigo. Todos se escondieron en el
sótano mientras los soldados golpearon al gerente. Pero si la oposición lograra
hacerse con nuestro pueblo, nos matarían a todas. Nos acusarían de colaborar
con el ejército. No había opción. Quedarnos allí no era una opción. Seguir con
nuestras vidas no era una opción. Nos fuimos con nada más que la ropa que
llevábamos. Ni un juego de sábanas. Ni una manta. (muestra de manera sutil la manta que está cosiendo).
Vendimos la casa para pagar el viaje. Lo vendimos todo. Llegamos a Turquía
y aún faltaba encontrar el dinero para cruzar a Grecia. Habíamos oído hablar de
matrimonios forzados, acoso sexual, trafficking, prostitución y violaciones,
pero vivirlo era distinto. Uno de los hombres que trabajaba con el traficante
me dijo que si me acostaba con él no pagaría o pagaría menos. Me negué y lo
único que me importaba era mantenerte a ti y a tu hermana lejos de ese hombre.
Lejos de todos los hombres a ser posible. Tu padre y tu hermano trabajaban 15
horas al día para recoger dinero para que los cinco pudiéramos pagar la
embarcación. No sé cuánto tiempo pasó. No lo recuerdo. Es como si el tiempo no
pasara o pasara demasiado lento y como si mi vida se hubiera parado. Casi como ahora.
El traficante metió 152 personas en el barco. Cuando lo vimos muchas de
nosotras quisimos volver, pero él nos dijo que no devolvería el dinero a nadie.
Habíamos pagado 1.100 dólares por persona, 5.500 por los cinco. De nuevo, no
había opción. Me acuerdo de tu cara -eras la más pequeña y sin embargo la menos
asustada. O al menos no lo demostrabas. Tanto el compartimento inferior del
barco como la cubierta estaban llenos de gente. Pronto el agua comenzó a entrar
en el barco y nos dijeron a todas que tiráramos nuestro equipaje al mar. Nos
dijeron que no nos preocupáramos. En el océano golpeamos una roca, pero nos
dijeron que no nos preocupáramos. El compartimento inferior, donde estábamos, comenzó
a llenarse de agua, pero nos dijeron que no nos preocupáramos. Todo el mundo
empezó a gritar. Fuimos las últimas en salir vivas. Tu padre nos tiró a todas
por la ventana y luego saltó él. Nadamos sin parar hasta que todo estaba tan
oscuro que no podíamos ver. Tú te quedaste con tu padre, te cogía la mano para
ayudarte. ¿Te acuerdas? Las olas eran altas. Oí que me llamaba, pero se puso
cada vez más y más lejos. Al final un barco me encontró. A tu hermano y tu
hermana también.
Ojalá hubiera podido hacer más por ti. Toda tu vida fue una lucha. No has vivido
muchos momentos felices durante esos nueve años. No tuviste la oportunidad de tener
infancia. Y ahora existes dentro de un recuerdo doloroso y sangrante.
Deseando
hablar sin tener voz.
Niña: Afónica.
Madre: Deseando
caminar sin poder moverse.
Niña: Estática.
Madre: Deseando
vivir fuera de un cuadro.
Niña: Metáfora.
Madre: Me duele
que aquella imagen fuera mi último recuerdo tuyo. Tenías el mar en los pulmones
y los ojos llenos de muerte. Y se me olvida cuál era tu juguete preferido y el
color que odiabas. Y me acuerdo de tu primer día en la escuela y de tu amiga
del alma. Y soy cada rincón de esta tienda y los momentos en que me quedo sola. Y soy mi velo, mi fe, mi familia
viva o muerta. Soy tus nueve años que serán nueve eternamente. Soy mi
nacionalidad, mi religión, mi género y mi edad. Y nunca tengo nombre -soy
anónima. Soy una cifra y una estadística y refugiada e ilegal. Y no soy la que
era antes y a veces no soy ser humano y a menudo no soy yo, pero soy tú.
Siempre soy tú.
Coge la manta que estaba cosiendo y
cubre la espalda de su hija. Se ve que la manta es como la bandera de la Unión
Europea, tal vez alterada de una manera/sangrada.
Fin